Love the Twenties: volver a los 2000 para sentirse un niño otra vez
De pequeños veíamos a los adultos quedar para hablar y pensábamos: "Qué rollo ser mayor, no juegan". Pero lo cierto es que, con los años, descubres que hacerse adulto no está tan mal... sobre todo cuando tienes festivales como Love the Twenties, donde vuelves a sentirte un crío, pero con las ventajas de tener la edad legal para pedirte un calimocho.
Veníamos con la herida de la nostalgia ya abierta hace dos fines de semana en I Love Reggaeton, pero esta vez el golpe de recuerdos fue aún más directo. Porque claro, en un festival así cada uno lo vive según su generación. Si naciste en los 2000, como yo, gran parte del repertorio suena a viajes en coche con el CD de “Los éxitos del año”. Pero para los que vivieron esa década como adolescentes, esos mismos temas eran las canciones que ponían en sus primeras fiestas, los líos de verano o los bailes pegados en la disco mientras sonaba Raúl.
Lo bonito de Love the Twenties es que, da igual la edad: todos estamos en la misma. Volver a ser niños. Siempre que cubrimos festivales como I Love Reggaeton, Love the 90s o Love the Twenties, decimos lo mismo: el cartel mola, sí, pero lo que los hace únicos es el ambiente. La gente va a disfrutar, y se nota. Ayuda también que el festival lo pone fácil: coches de choque solo para adultos (una fantasía), un escenario hinchable del que de tanto saltar y del calor que hace sales con el cardio del año, y una atmósfera donde todo invita a dejarse llevar. Solo nos faltó que en la barra sirvieran bebidas de la época o al menos les pusieran los nombres: un buen pacharán, un destornillador, un calimocho de toda la vida… que como decía un sabio del público, el vodka con zumo de naranja era “la bebida estrella”.
Este año el recinto volvió a sorprender. Seis escenarios, cada uno con su rollo, y una programación que nos hizo repetir la única queja que ya soltamos en Love Reggaeton: no pongáis tantos artistas buenos a la vez, no hay cuerpo que lo aguante. Pero entre cambios de escenario te podías encontrar un temazo que te sabes de memoria aunque no tengas ni idea de quién lo canta, o pillar la letra en inglés a medias y tirar de fonética con toda la dignidad del mundo. Y ahí, en medio de tanto momentazo, pasó algo aún más especial: una pedida de mano en el escenario. Esos detalles que no se olvidan.
Eso sí, la lluvia quiso cerrar la noche con drama y magia a partes iguales. Si alguna vez pusiste en tu estado de Tuenti que querías un beso bajo la lluvia, se te cumplió (aunque ahora tengas 40). Tuvimos que despedirnos antes de tiempo de algunos escenarios por seguridad, y nos quedamos sin el show completo de Sonia y Selena. Pero antes, disfrutamos de Kate Ryan (y sí, seguimos cantando en francés como si nada) y de Cascada, que ya con la que estaba cayendo, no necesitaba ni presentación. (Porque sí, quienes vivieron los 2000 ahora sueltan chistes de cuñados… y este era el momento perfecto para colar uno también).
En resumen: siempre volvemos porque ahí, de verdad, somos felices. Y mientras el cuerpo aguante y el corazón se nos llene, seguiremos escribiendo estas crónicas con una sonrisa. Si buscas una recomendación sincera: vuélvete a los 2000. No falla.
Nos vemos el año que viene, más viejos, sí. Pero más jóvenes que nunca.









